Una aproximación sociológica al concepto de bullying
Por Lucas Ignacio Verduci – Estudiante de Sociología de la Universidad de Buenos Aires
Durante las últimas dos décadas percibimos un crecimiento sostenido del resonar de las noticias en los medios de comunicación argentinos que informan sobre el bullying y sus lacerantes consecuencias. En septiembre del 2013 la Cámara de Diputados de la Nación Argentina sancionó una ley direccionada a la desnaturalización del bullying (Olweus, 1998) como forma de violencia escolar directa (Kornblit, 2006). El concepto de bullying fue introducido inicialmente por el psiquiatra Dan Olweus derivándolo del término mobbing del psicólogo Konrad Lorenz aludiendo al ataque “de miembros de una especie contra otro miembro de la comunidad o para echar a un intruso observando en las conductas naturales de los animales, como por ejemplo, lobos versus ovejas”. Desde la perspectiva de Olweus, los episodios de violencia escolar pueden ser categorizados como bullying cuando cumplen cuatro requisitos (Kaplan, 2006). El primero es la existencia de un destinatario atacado por un agresor o grupo. El segundo, debe observarse una desigualdad de poder entre quienes protagonizan y quienes son destinatarios de estos episodios. Es decir, se trata de una interacción desigual. En tercer lugar, la repetición sostenida en el tiempo de las conductas de intimidación, aislamiento, tiranización, amenazas o insultos. Esa repetición produce un sufrimiento psíquico a mediano y largo plazo y consecuencias en la autoestima (Olweus, 1998). Por último, se individualiza la violencia directa. El blanco de los ataques son, en su mayor medida, sujetos concretos. Aún cuando se victimiza a un grupo en todos los casos el concepto de acoso escolar solo se aplica a sujetos concretos. A su vez, la perspectiva del bullying distingue cuatro modos en los cuales se ejerce la violencia (Kaplan, 2006): Física, verbal, psicológica y social. La violencia física es más habitual en la escuela primaria que en la secundaria. Consiste, esencialmente, en hostigar al destinatario a través de patadas, golpes de puño, hincar objetos punzantes y empujones. En cuanto a la violencia verbal se trata de segregación y discriminación visible en apodos, motes burlones, insultos focalizados en atributos estigmatizables (Goffman, 1989) del destinatario. Hay una estrecha relación entre la violencia verbal con los estereotipos insertos en dinámicas de discriminación. La violencia psicológica tiene una estrecha conexión con la autoestima. Ésta actúa “como un marco que determina como procesamos información sobre nosotros mismos, lo que incluye motivos, estados emocionales, autoevaluaciones y habilidades” (Baron y Byrne, 2010). Desde la psicología social se mencionan ocho componentes constitutivos de la autoestima. El autoconcepto general es la piedra angular bajo la cual se estructura el autoconcepto social general, del cual se desprenden dos grandes grupos. Por un lado el autoconcepto social vinculado a la escuela y por otro a la familia. El primero se subdivide en las percepciones sobre sí que manifiestan compañeros y las impresiones causadas a profesores. La familia, en cambio, comprende al concepto que tienen del sujeto los hermanos y los padres. Tal como señalé anteriormente, la perspectiva de Olweus asevera que la violencia psicológica ejercida por el bullying tiene consecuencias directas en la autoestima. Uno de sus estudios cuantitativos (Olweus, 1998) comprobó que la mayoría de los adultos jóvenes que fueron destinatarios o protagonistas de bullying durante la infancia o adolescencia presentan autoestimas bajas o ambivalentes. Por último, la violencia social tiene como consecuencia la segregación directa de un miembro del grupo de las actividades grupales. Como veremos en el apartado de relatos biográficos, si bien las dimensiones de la violencia guardan entre sí una profunda vinculación, todas confluyen en violencia social.
El esquema de Olweus, predominante en los estudios argentinos y latinoamericanos enmarcados en la tradición del bullying, ha sido refutado y discutido desde las ciencias sociales dado que es fácilmente distinguible su matriz en las ciencias naturales. En consecuencia, como crítica la perspectiva naturalista surge la desnaturalización propia de la sociología (Bauman, 1996). Desde allí se afirma al bullying como cristalizador de interacciones inmersas en dinámicas de discriminación. El hostigamiento sostenido es una forma de estigmatización a quienes carecen de atributos cuya carencia minusvalora a unos y sobrevalora a otros (Meccia, 2012). Un estudio psicosocial realizado hace ocho años con sede el Instituto de Investigaciones Gino Germani (Kornblit, 2006) determinó que más de un tercio de los estudiantes argentinos de entonces estaba involucrado en fenómenos de violencia directa o bullying en tanto protagonistas o destinatarios. En los antecedentes del trabajo podemos observar que para analizar la problemática social es necesario en primer lugar explorar los vínculos sociales de los estigmatizados y en segundo lugar el atributo por el cuál se los hostiga, ya sea étnico, religioso, sexual o de sexualidad (Meccia, 2012). El concepto de estigma “se aplica a todos aquellos casos en que una característica observable, documentada e indiscutible, de una determinada categoría de personal sobresale para la opinión pública y entonces se interpreta como signo visible de iniquidad o depravación moral” (Bauman, 1996) en tanto que el estigmatizado “pasa a ser poco recomendable, inferior, nocivo y peligroso. Los interlocutores están en alerta y precavidos ante la posibilidad de siniestras consecuencias en caso de interactuar relajadamente con él”. La consecuencia directa del estigma es la constitución de otro, excluido, quien se protege en una coraza de exoticismo (Goffman, 1987). Prosiguiendo en la comprensión de los adolescentes estigmatizados señala Meccia (2012) que debemos observar las consecuencias de la socialización. Interactuar con los “normales” implica perpetuar el estigma mientras que hacerlo solamente al interior del “grupo de pares” es ambivalente porque quienes les otorgan un “caparazón protector” suelen pensarse a través de las imágenes que los “normales” proyectaron sobre ellos. Los “entendidos” (Goffman, 1989) aquellos que no poseen el estigma pero por algún motivo se solidarizan con ellos, suelen enseñarle los trucos de la vida social. Allí es donde Meccia propone la metáfora de imaginar a los adolescentes destinatarios de bullying como monjas rebeldes residiendo en conventos donde está prohibido pararse frente al espejo: Sólo pueden tener una imagen de sí interponiendo una tela negra sobre un vidrio.
Es posible advertir al bullying como un fenómeno propio de las sociedades del riesgo globales (Beck, 1998), aquellas que transitan desde la primera modernidad hacia la segunda modernidad (Giddens, 2009).
Bibliografía
-Baron, R. y Byrne D. (2010), Psicología Social, Buenos Aires, Pearson.
-Bauman, Z. (1996), Modernidad y ambivalencia en Beriain, J. (comp.), Las consecuencias perversas de la modernidad, Madrid, Anthropos.
-Beck, U. (1998) La sociedad del riesgo global, Buenos Aires, Paidós.
-Becker, H. (2009) Outsiders. Hacia una sociología de la desviación, Buenos Aires, Siglo XXI.
-Giddens, A. (2009) Sociología, Madrid, Alianza.
-Goffman, E. (1978) Ritual de la interacción, Buenos Aires, Tiempo contemporáneo.
– (1989), Estigma, Buenos Aires, Amorrortu.
-Kaplan, C. (2006), Violencias en plural, Buenos Aires, Miño y Dávila.
-Kornblit, A. (comp.)(2006), Violencia escolar y climas sociales, Buenos Aires, Biblos.
-Meccia, E. (2012) ¿Ante el Bullying, qué refugios salvan de la estigmatización?, Buenos Aires, Clarín (13/11/12).
-Olweus, D. (1998), Conductas de acoso y amenaza entre escolares, Madrid, Morata.