¿Cómo pensar la política a partir de la indeterminación? Un aporte desde el posfundacionalismo

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Había una vez un mundo occidental en el cual las personas sentían una menor inquietud frente a la vida y ante su mismidad, ya que el rey –cuya autoridad provenía directamente desde las Alturas- se dedicaba a pensar por ellos, y las autoridades eclesiásticas –representantes de Dios en la Tierra- concedían el perdón y un acceso asegurado a la salvación. En este mundo, el poder, el saber y la ley conformaban un núcleo unificado, contenido en la figura del monarca y avalado directamente por un fundamento trascendental que impregnaba de certidumbre los márgenes del sistema. Al quebrarse el mundo del Antiguo Régimen frente a la disolución de las mediaciones divinas y al avance público y revolucionario de las ideas surgidas de la conciencia privada, nos enfrentamos ante un nuevo orden donde el fundamento aparece como ausencia, en una construcción siempre contingente e inestable. La democracia como orden basado en la indeterminación hace propia la escisión característica de la Modernidad: la tensión entre lo político –la institución de lo social- y la política –lo óntico instituido-.

Palabras clave: Posfundacionalismo, Política, Político, Modernidad, Indeterminación.

Por Camila Crescimbeni (Lic. en Ciencia Política – UBA)

 

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Había una vez un mundo occidental en el cual las personas sentían una menor inquietud frente a la vida y ante su mismidad, ya que el rey –cuya autoridad provenía directamente desde las Alturas- se dedicaba a pensar por ellos, y las autoridades eclesiásticas –representantes de Dios en la Tierra- concedían el perdón y un acceso asegurado a la salvación. En este mundo, el poder, el saber y la ley conformaban un núcleo unificado, contenido en la figura del monarca y avalado directamente por un fundamento trascendental que impregnaba de certidumbre los márgenes del sistema. Sucede que en este universo del Antiguo Régimen, en un momento determinado donde la rebeldía y la violencia de las guerras de religión amenazaron con minar el orden, se comenzó a permitir una escisión entre la esfera moral privada y la esfera estatal pública, otorgando a las conciencias privadas la posibilidad de que pensaran como quisieran, siempre y cuando obedecieran (Kant, 1958). Como el hombre es hombre desde que el mundo es mundo, la apertura de una nueva libertad interior y la liberación del uso de la razón rápidamente condujeron a la proyección de la opinión hacia el ámbito público, dotando a las nuevas ideas ilustradas de sentido político y, finalmente, revolucionario (Koselleck, 1959).

El correlato institucional de este movimiento ideológico -la escisión fundante de la Modernidad- consiste en la ruptura irremediable de la mediación divina de la Iglesia entre el Cielo y la Tierra, resultando en el abandono de los hombres a la creación de un nuevo orden político que ya no puede estar fundado de manera absoluta en sentido trascendental. Arrojados a la indeterminación, los hombres insisten durante el siglo XIX en la búsqueda del fundamento y la suturación del orden, y ensayan modos de clausurar el prisma de lo social intentando reinstalar las monarquías absolutistas.

Para algunos autores, la Ley fundamental o la Constitución oficiarán de fundamento del nuevo orden, derivando validez procedimental desde el derecho pero ignorando el momento constituyente y todo aquello que queda por fuera del sistema normativo (Kelsen, 1960). Otros autores se preocuparán por la soberanía, entendiendo que no es posible fundar un sistema sobre el derecho pues la realidad no se acomoda a la racionalidad de los principios legales. En este sentido, Carl Schmitt (2000 y 1998) considera que hay algo de la forma antigua de lo teológico político que persiste pese a la pérdida del fundamento y que es esencial para la existencia de cualquir orden: el prisma de la autoridad. Para este autor, la forma política se sostiene tanto por la ley –el derecho- como por la decisión –la soberanía-. Retomando a Hobbes, Schmitt sostiene que no es la verdad sino la autoridad quien hace la ley: la norma por sí sola carece de capacidad para decidir acerca de situaciones de excepción pues justamente versa sobre la normalidad y no puede normalizar la excepción. Así, cuando el Estado está en peligro, el soberano –es decir, el poder constituyente que representa la irrepresentabilidad de la unidad política- puede tomar decisiones tendientes a conservar, o destruir y refundar al poder constituido, la forma política (Schmitt, 1998).

El orden jurídico de la Modernidad, en tanto poder constituido, está sujeto a la decisión y la soberanía, es decir, al principio constituyente que lo fundamenta y que es insuturable e inencarnable. De esta manera, siempre existirá una hendija entre lo político y la política que torna imposible la existencia de un fundamento absoluto y estable del orden: habrá una tensión constante entre lo social constituyente, la lógica específica de lo político, lo ontológico, y el reflejo visible de su fundación parcial, lo constituido, lo óntico que por definición no puede encarnar a la totalidad social que lo inunda. El abismo que caracteriza la imposibilidad de identidad entre lo que es –lo político- y lo que aparece como entelequia –la política- es la gran pérdida de la Modernidad, pues se disuelven los puentes divinos que permitían creer que el rey fuese a su vez el poder constituyente y el poder constituido.

El carácter indeterminado de la democracia

A pesar de los intentos de los totalitarismos de mediados de siglo XX por cerrar nuevamente el círculo del poder, el saber y la ley, y consolidar una identidad entre lo político y la política, pretendiendo clausurar la totalidad social mediante el fantasma del Pueblo-uno (Lefort, 2007) al festejar una particularidad política –llámese superioridad racial o nacionalismo- como si fuese verdaderamente una encarnación de la universalidad de lo político, a comienzos del siglo XXI nos enfrentamos a un panorama distinto, marcado políticamente por la prevalencia de las democracias. La disolución de los marcadores de certeza de la realidad y la inestabilidad que genera la ausencia de un fundamento último señalan la importancia de aprender a convivir con la incertidumbre democrática: el lugar del poder es constitutivamente vacío en democracia, pues lo político jamás puede suturarse en el gobernante de turno, quien solamente representa –por tiempo limitado- a una totalidad que es imposible encarnar.

De cualquier manera, podemos intuir que la sociedad jamás cesará de añorar un fundamento último, pues como sostiene Oliver Marchart (2009), dicha búsqueda continuará pese a que “lo máximo que puede lograr es un fundar efímero y contingente por medio de la política (una pluralidad de fundamentos parciales)”(:23). Nuestra racionalidad, más occidental y cristiana de lo que imaginamos, nos impulsa a buscar un fundamento que justifique y ordene existencialmente el mundo de la política. Sin embargo, y siguiendo a Claude Lefort (2004), la democracia no pretende clausurar lo social, sino que exige ciudadanos apasionados, libres, que puedan sentirse a gusto con lo desconocido y lo dinámico, porque en este nuevo orden todo es contingente en lugar de necesario, no existe una única verdad, y la incertidumbre infiltra la institución –siempre parcial y contingente- de lo social.

Puede decirse, entonces, que nos encontramos en una realidad posfundacional, donde el fundamento no desaparece sino que permanece como ausencia, y en la cual la tensión entre lo instituido y lo instituyente delata una fragilidad insuperable que paradójicamente también dota de una fuerza particular a la democracia, donde “la política y lo político, el momento de fundar y el momento de la actualización de ese fundamento, no se encontrarán nunca debido al abismo insalvable de la diferencia entre ambos términos lo cual no es, en sí misma, sino la signatura de nuestra condición posfundacional” (Marchart, 2009: 23).

 

Bibliografía

  • Kant, I. (1958). Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración? En Filosofía de la Historia. Buenos Aires: Nova.
  • Kelsen, H. (1960). Teoría Pura del Derecho. Buenos Aires: Eudeba.
  • Koselleck, R. (1959). La estructura política del absolutismo como antecedente de la Ilustración e Interpretación de la Ilustración como respuesta a su situación en el Estado absolutista  en Crítica y Crisis del Mundo Burgués. Madrid: Rialp.
  • Lefort, C. (2007). Focos de republicanismo en El arte de escribir y lo político. Barcelona: Herder.
  • Lefort, C. (2004). La cuestión de la democracia en La incertidumbre democrática. Madrid: Anthropos.
  • Marchart, O. (2009). El pensamiento político posfundacional. La diferencia política en Nancy, Lefort, Badiou y Laclau. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
  • Schmitt, C. (1998). Teología Política. Buenos Aires: Struhart.
  • Schmitt, C. (2000). Catolicismo y Forma Política. Madrid: Tecnos.
  • Schmitt, C. (2009). El concepto de lo político. Madrid: Alianza.