El calor importa: ¿Cómo y por qué debemos adaptar nuestras ciudades a los desafíos que trae?
Lo sentimos, nos incomoda, nos deshidrata. Y, lejos de ser inocuo, el calor también nos mata. En 2023 se van a cumplir 20 años de la peor catástrofe climática de la historia reciente: la ola de calor que, en 2003, afectó a gran parte de Europa, especialmente a España, Francia e Italia, y dejó más de 80.000 muertos en doce países. Si vamos al plano local, en diciembre se cumplirán 10 años de una de las peores olas de calor en Argentina, que se extendió desde Buenos Aires a Mendoza: sólo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, dejó un saldo de 544 muertes. Un total de muertes que, según explica el libro ‘La Argentina y el Cambio Climático’ de Inés Camilloni y Vicente Barro, es mayor al de todas las muertes por inundaciones en todo el país, entre 1985 y 2015.
Pero a no confundirse: el exceso de calor no es cosa del pasado. La acumulación copiosa de eventos extremos sólo confirma a las olas de calor como síntoma de un calentamiento global que tiene consecuencias cada vez más notorias en un presente cada vez más acuciante. Testimonio de ello es que, apenas en los primeros diez días del 2023, más de 30 ciudades de Argentina se vieron afectadas por una ola de calor. Ciudades de la Patagonia, centro y norte de nuestro país, registraron temperaturas atípicamente altas durante más de tres días consecutivos, que superaron umbrales de temperaturas mínimas y máximas locales establecidas por el Servicio Meteorológico Nacional.
A nivel global, la frecuencia de las olas de calor se ha casi triplicado en comparación con lo que ocurría a principios del siglo XX. En 1900 ocurría, en promedio, una ola de calor cada diez años. Hoy, ese valor se incrementó a casi tres cada diez años. Según sean los escenarios futuros del calentamiento global, de acuerdo a lo analizado por el IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU), ellas se podrían dar en forma aún más frecuente. De persistir el escenario actual, su magnitud a futuro podría alcanzar las nueve olas de calor cada diez años. En otras palabras, una ola de calor al año. Por tanto, las tendencias actuales de cambio climático –sumadas a la inacción en el presente– indefectiblemente transforman a este fenómeno en cosa del futuro: las olas de calor, en nuestro país y el mundo, van a ser más intensas y más frecuentes. La Organización Meteorológica Mundial ya habla de una nueva normalidad climática, mucho más caliente, por lo que, a menos que la dinámica y desarrollo de las ciudades se planifiquen considerando esta amenaza, las olas de calor serán aún más mortíferas.
El calor extremo no afecta a todas las personas por igual: adultos y adultas mayores, niños y niñas, y personas con prevalencia de enfermedades mentales o cardíacas tienen un riesgo mucho mayor a la exposición sostenida que el resto de la población. También se encuentran particularmente expuestas las personas con alta vulnerabilidad social frente a desastres, que tienen déficits en dimensiones económicas, habitacionales y sociales que afectan su capacidad de responder ante un evento extremo.
Así, las personas que viven en barrios populares tienen un riesgo doble: a la alta vulnerabilidad social que sus habitantes presentan frente a desastres se suma el hecho de que estas zonas suelen ser particularmente calurosas. En parte, esto se debe a la baja provisión de espacios verdes y arbolado en general, que mitigan el efecto isla de calor urbano, así como brindan sombra y refugio en los días de mucho calor. A esto se agrega que en los barrios populares se concentran los déficits de calidad de las viviendas (en términos de materiales, hacinamiento y acceso a servicios básicos como agua corriente, electricidad o cloacas), entre otros factores que –además de conspirar contra el acceso justo y equitativo al hábitat– contribuyen a la concentración del calor en estas áreas.
En Argentina, las ciudades concentran al 90% de la población. Es en ellas donde los impactos se sienten más y, en consecuencia, donde debemos focalizar las soluciones. Como esquirlas desperdigadas, las olas de calor repercuten negativamente en la dinámica de diferentes áreas que hacen a las ciudades: en la salud pública, el funcionamiento de la infraestructura urbana, la productividad laboral, así como también el comercio y la economía. El desafío que esto implica interpela primeramente a quienes gestionan municipios. Son los intendentes y las intendentas quienes deben liderar la batalla contra el calor extremo y construir ciudades más resilientes. Concretamente, deben elaborar estrategias que minimicen los impactos extremos, como las olas de calor y el estrés permanente que generan las tensiones como el calor en períodos prolongados.
¿Cómo deben las ciudades pensar la acción contra el aumento del calor urbano?
Las estrategias para abordarlo deben contemplar cuatro dimensiones fundamentales:
- generar conciencia pública sobre la problemática;
- planificar y diseñar las ciudades para reducir el calor (disminuir sus emisiones de carbono y los efectos de islas de calor urbanas);
- adaptar las ciudades para que las personas puedan desarrollarse en un contexto de mayor calor (edificios frescos, eficiencia térmica y energética, espacios verdes, provisión de agua); y
- garantizar una respuesta adecuada (gestión de riesgos, sistemas energéticos y de salud robustos) para afrontar eventos extremos de modo de minimizar daños.
Naturalmente, estos planes requieren de inversión para generar infraestructura que absorba el calor y/o genere espacios más frescos, al mismo tiempo que hay otro tipo de acciones que no requieren recursos ingentes y tienen una potencialidad transformadora alta.
En esta línea, muchas ciudades del mundo están trabajando en elaboración de estrategias, con el apoyo de organizaciones como Naciones Unidas, C40, o la Fundación Arsht-Rockefeller. Entre ellas, Miami (Estados Unidos), por ejemplo, hizo, como parte de la iniciativa ¨City Champions for Heat Action¨ (CCHA), una campaña pública #HeatSeason para generar conciencia sobre el impacto del calor extremo en la salud y como riesgo climático, a través de la difusión de un kit comunicacional para redes sociales durante los meses más calurosos del año. Medellín (Colombia) creó 30 corredores verdes que lograron reducir hasta en cuatro grados la temperatura en zonas críticas de la ciudad. Sidney (Australia), por su parte, diseñó un plan de arbolado urbano nuevo que contempla la incorporación de especies que sean más resistentes al calor, al tiempo que potencie los beneficios ambientales de acuerdo a las características específicas de cada barrio. Los Ángeles (Estados Unidos) mapeó decenas de centros de enfriamiento públicos (espacios a los que se puede acceder en forma gratuita, que proporcionan aire acondicionado para que las personas puedan refrescarse durante los días de calor extremo). Santiago de Chile, por su parte, recientemente designó a la primera líder de acción climática contra el calor extremo en Sudamérica.
El calor importa, atraviesa nuestras vidas cotidianas y cada vez más lo hará con mayor notoriedad, menos silencio y sutileza. Tenemos que hablar del calor y sus consecuencias, adaptar nuestras ciudades hoy para que el futuro no nos queme.
Publicado en CIPPEC – enero 2023
Autores: María Victoria Boix y Alejandro Saez Reale